La tierra tiene voz propia en Jujuy. No se escucha con los oídos, pero está presente en los gestos, en los silencios compartidos, en los aromas del humo que se eleva cada agosto. La Pachamama, entendida como la Madre Tierra, es mucho más que un símbolo o una ceremonia: es una forma de ver y sentir el mundo.
En mi provincia, esa relación con la tierra no se perdió ni se escondió. Se mantiene viva, transmitida de generación en generación, como parte del tejido cotidiano de muchas comunidades. Es por eso que Jujuy fue declarada como Capital Nacional de la Pachamama.
Durante el mes de agosto, cientos de familias en pueblos y parajes jujeños se reúnen para agradecerle a la tierra todo lo recibido. Lo hacen con respeto, con emoción y con una sensación de continuidad que atraviesa siglos. Este vínculo con la Pachamama no es algo folclórico ni turístico: es una expresión profunda de identidad y pertenencia. En Jujuy, hablar de la Pachamama es hablar de la vida misma.
Origen y significado de la Pachamama
La palabra Pachamama proviene de dos voces quechuas: “pacha”, que puede referirse a la tierra, el tiempo o el universo; y “mama”, que significa madre. Pero su significado va mucho más allá de una simple traducción. La Pachamama representa una idea amplia y viva de la Tierra como un ser con conciencia, capaz de dar, de sostener y también de exigir respeto. No se la ve como un recurso a explotar, sino como una entidad con la que se establece una relación de reciprocidad.

Para los pueblos originarios del mundo andino, la tierra no es un objeto ni un paisaje. Es una madre que alimenta, protege y acompaña. Y, como toda madre, necesita cuidados, atención y gestos de cariño. Por eso se le habla, se le da de comer, se le pide permiso antes de cortar una planta o abrir un surco en la tierra. Esta lógica no responde a una religión organizada, sino a una cosmovisión que integra lo espiritual con lo material de manera inseparable.
A lo largo de la historia, y en especial durante la colonización, estas prácticas fueron reprimidas, disfrazadas o mezcladas con el catolicismo. Así fue como muchas celebraciones vinculadas a la Pachamama se fueron entrelazando con ritos cristianos. Sin embargo, la esencia no se perdió. En muchos casos, conviven sin conflicto, como parte de una cultura que supo resistir y adaptarse sin renunciar a lo esencial.
Agosto, el mes de la Pachamama
Agosto es un mes especial en Jujuy. No solo por el clima seco y el viento que corre entre los cerros, sino por el valor que tiene en la tradición andina. Se cree que durante este mes, la Pachamama está más atenta a los gestos de los humanos.
Es un momento propicio para agradecerle por los frutos recibidos y pedirle permiso para seguir trabajando la tierra. También se considera una época delicada, en la que las personas pueden sentirse más vulnerables si no mantienen un equilibrio con su entorno.
La práctica más común es “darle de comer a la tierra”, lo que se conoce como la corpachada. El ritual consiste en abrir un pequeño pozo en el suelo, que simboliza la boca de la Pachamama, y colocar allí ofrendas: hojas de coca, comidas cocinadas, bebidas como chicha o alcohol, tabaco, dulces, lanas de colores, entre otros elementos. Todo se entrega con respeto y siguiendo un orden que varía según la familia o la comunidad.
Antes de realizar la ceremonia, muchas personas limpian sus casas, ahúman los ambientes con hierbas aromáticas como ruda, incienso o copal, y preparan comidas especiales para compartir. El humo que se eleva es parte del diálogo con la Pachamama. Es por esto, que sea muy común sentir el olor a sahumerio saliendo de las casas al cambinar por las calles de Jujuy.
Las ceremonias en Jujuy
Las ceremonias dedicadas a la Pachamama en Jujuy no siguen un único modelo. Cada familia, cada comunidad y cada región tiene sus propias formas, pero hay elementos en común que les dan sentido y continuidad. Lo más importante es la actitud con la que se realiza: con humildad, sin apuros, con la conciencia de que se está entrando en contacto con algo sagrado.
La corpachada suele comenzar con una ronda de personas alrededor del pozo. Se hace silencio o se entonan coplas suaves, muchas veces acompañadas con caja o erke. Se enciende fuego cerca y se inicia el acto de ofrendar. Cada persona toma una hoja de coca, le sopla sus intenciones o pensamientos, y la coloca en el hoyo con cuidado. Luego siguen los alimentos que pueden ser: asado, empanadas, panes, dulces caseros. Se vierte también chicha, vino, caña o cerveza, según lo que se haya preparado. El cigarro es otra ofrenda común: se prende, se da una pitada y se lo deja encendido como parte del gesto de entrega.
En muchas comunidades, este ritual se repite cada año en el mismo lugar, que ya es considerado un espacio sagrado. En zonas rurales o en los pueblos de la Quebrada y la Puna, se celebra en patios familiares o en espacios comunitarios. En San Salvador de Jujuy también se realizan corpachadas públicas, organizadas por asociaciones culturales o incluso por organismos del Estado, que buscan visibilizar la importancia de esta práctica ancestral.
La participación no está restringida a quienes descienden de pueblos originarios. De hecho, es muy común ser invitados a una «Pacha». Muchas personas mestizas o criollas también se sienten parte de este ritual, no como una tradición ajena sino como una forma de reconectar con la tierra que habitan. Lo importante, en todos los casos, es el respeto por el sentido profundo de la ceremonia.
Gastronomía, música y comunidad
La celebración de la Pachamama en Jujuy no puede separarse del acto de compartir. La comida, la música y la compañía no son adornos del ritual: son parte esencial de su significado. Después de la corpachada, se suele extender una mesa con platos tradicionales: guiso de lentejas, locro, tamales, humitas, empanadas fritas o al horno de barro. También hay bebidas caseras, infusiones de hierbas y dulces regionales.
Estas comidas no solo alimentan el cuerpo. Son parte de un tejido social que se refuerza cada agosto. Sentarse a la mesa, servir un plato al otro, brindar con chicha o vino, son gestos que fortalecen los lazos familiares y comunitarios. En muchos casos, se invita a vecinos, amigos o visitantes que se acercan con respeto. Compartir lo que se tiene es una manera de agradecer y de mantener viva la memoria colectiva.
La música también tiene un lugar destacado en muchas «Pachas». No hay escenario ni artistas profesionales. Lo que importa no es la perfección, sino la intención. La música surge como expresión natural del sentir popular. En muchas ocasiones, también se baila: no como espectáculo, sino como parte de la alegría compartida.
Este carácter comunitario es uno de los rasgos más fuertes de la celebración. A diferencia de otras festividades, donde puede haber más espectadores que participantes, en la Pachamama todos tienen algo que ofrecer: una palabra, una hoja de coca, una presencia. En los barrios de San Salvador o en los cerros de Humahuaca, la lógica es la misma: se celebra juntos, sin protagonismos ni jerarquías.
Importancia cultural y turística
La Pachamama no es una postal ni un espectáculo armado para turistas. Es una práctica viva, sentida y cotidiana. Sin embargo, su fuerza simbólica y su belleza natural han despertado un interés creciente en quienes visitan Jujuy desde otros lugares del país o del mundo. Muchos llegan atraídos por la posibilidad de conocer una ceremonia ancestral, pero terminan encontrándose con una experiencia profunda y transformadora.
El turismo cultural ha encontrado en la celebración de la Pachamama un espacio valioso, siempre y cuando se aborde con respeto. Algunas comunidades organizan actividades abiertas, donde explican el sentido de la ceremonia, ofrecen comidas típicas y permiten participar de ciertos momentos del ritual. Es una forma de compartir sin perder el sentido original. Pero también existen prácticas menos cuidadosas, donde se corre el riesgo de banalizar o folclorizar algo que es profundamente espiritual.
Desde el punto de vista del patrimonio, la Pachamama forma parte del acervo cultural intangible de las comunidades andinas. No necesita grandes monumentos ni museos. Su fuerza está en la práctica sostenida, en la transmisión oral, en el modo en que se vive cada año. En Jujuy, este patrimonio sigue vigente no solo por quienes lo defienden desde las instituciones, sino sobre todo por las familias que, en silencio y sin cámara de por medio, siguen abriendo el pozo cada agosto.
El desafío es encontrar un equilibrio. Valorar la riqueza cultural que representa la Pachamama sin convertirla en un producto más. Respetar los tiempos, los códigos y los sentidos de quienes la celebran desde siempre. Solo así se puede construir un turismo verdaderamente consciente, que aporte en lugar de quitar.



